No acotada, infinita como el universo, crece entropía; la variabilidad de especies decrece, la criatura sospechosa medra por la inmortalidad.

 

Lycorma delicatulaOtoño.

Un inmerecido regalo, un nuevo y prolongado tiempo de paz, antes del tan anhelado ulular de hachas violentado las cabezas hirvientes.

Eolo acelera, viene desde las regiones aletargadas y frías, donde las moléculas disfrutan el no moverse; el estar quietas hasta sus entrañas quarkianas, es su objetivo. Ellas; sin ansia, sin recelo alguno y si un ápice de venganza, evitan el cinético derroche que irradia alimento para la heliogábala entropía. Moléculas de cuya quietud Eolo se nutre, y lleva por el mundo la fragancia purificadora del frío.

 

El frío, aunque todavía falto de gelidez, sepulta la ya casi no ponderable emanación del inmundo y pestilente calor de las metrópolis. Sí, aquellas ruinosas serpientes de petróleo y silicio, hechas con rocas trituradas hasta llegar a formar un talco tenebroso y compacto, que forman el repulsivo tallarín por donde medran las criaturas cuya felicidad radica en el acopio de cosas.

¡Oh! Espectros llenos de tinieblas.

Tinieblos bípedos, adoradores de la luz artificial.

 

Alzan sus morbosas manos hacia los esperpénticos y luminosos letreros llenos de nauseabunda y falsa propaganda. Enormes letreros llenos de imágenes y sonidos promoviendo una mefítica felicidad instantánea.

Los Tinieblos elevan su voz, y el fétido aire eleva las plegarias majaderas e insensatas que fluyen desde el vacío insondable de su ser. El estruendoso griterío en las múltiples lenguas, se condensa en gotas venenosas, que vuelven a caer como dagas hirvientes. Las sienten así, los pocos que aún permanecen despiertos.

El otoño, su bienvenida frescura, alerta a la vida, a los verdaderos vivientes orgánicos, a todos quienes no son dueños ni de sus sueños. Marmotas, ardillas, gatos y mofetas, aves e insectos, todos, todos ellos han prestado mucha atención al murmullo de la inmensa red de raíces y hongos. Eolo se regodea por doquier, cada vez más frío.  «El Color que cayó del cielo”, siempre decae la cobija fotónica y matiza todo, las flores y las hojas palidecen y se precipitan.  Caen las hojas para ayudar al frío a congelar y ocultar la inmundicia. Los Tinieblos se espantan del resurgir de la Lycorma delicatula – ¡Plaga! -gritan con demencial pasión.

 

El río, aún corre. Pronto también ocultará su rostro, bajo una piel de hielo que cada año es menos gruesa, -el clima cambiático -dicen los réprobos. Años mas y ya no tendrá su gélido abrigo; cada temporada la nieve tiene más repugnancia de recostarse sobre las metrópolis.

No hay ser vivo que no se espante al mirar de cuando en vez, y de reojo, hacia la ampulosa metrópoli y sus agujas creadoras de amenazante sombra.

Oxidadas agujas que espantan a helios, desean apuñalarlo, guardan celosos y en obscuridad a sus habitantes.  Ellos, los que habitan las entrañas de las tenebrosas agujas, en su mayoría medio viven por entre las ennegrecidas patas de cemento; hay otros que pululan por su vientre revuelto, y aún son menos los que medran “bendecidos” en las alturas del aluminio y el cristalino silicio; todos ellos alzan sus manos y elevan su voz al contemplar la megalítica maldad. Todos están muertos de felicidad.

Momias de diversos colores, tamaños y que medio se entienden entre ellos con distintas lenguas. Sospechosas criaturas, todas esclavas. Unos con afinado y profundo conocimiento formal, pues las castas privilegiadas necesitan de obreros calificados para que mantengan este su mundo moderno. Otras, criaturas sospechosas también, son esclavos comunes, aunque están convencidos de que han subido de nivel… no sé a qué nivel han descendido previamente.  Que han mejorado, y mucho sus estándares de vida -dicen. Supongo que su estándar es en referencia a sus orígenes, pues llegan en hordas dantescas desde los países de la sexta paila y más al fondo. Siguen siendo perros rabiosos llenos de dolor y resentimiento soterrados. El silencio y la soledad paralizan sus sentidos, por ello comen con gula infinita las sandeces vocalizadas al son de estridentes ruidos. Y en esto, son iguales a cualquier otro habitante.

Hay unas pocas criaturas sospechosas, que no son esclavos, o eso me ha parecido. Son los traperos, así se hacen llamar. De ellos, de los traperos, hay mucha literatura, algunas trilogías encomiables. Sin embargo, ellos al igual que cualquier otro ilustrado con o sin oro, corren, aceleran hasta separarse de sus cuerpos.  Así fluye la muerte, en el país de las últimas cosas; intuyo que los sospechosos esclavos, pronto se alimentarán de las castas privilegiadas. Es decir, los «Morlocs» tendrán el control, sobre todo.

Aún recuerdo, sudoroso y angustiado, lleno de furia, la primera vez que fui obligado a ver las siniestras agujas de hierro y cemento, de aluminio y vidrio – Las circunstancias frenéticas de la supervivencia, que se encarnan como dagas, no obligan a hacer lo no deseado, lo hace la incontenible curiosidad, ese pegajoso abrazo evolutivo, regalo terrible que recibieron los viscosos seres de albúmina. Como sea, obligado o sediento de curiosidad, apenas si contemplé el basurero ardiente y megalítico. Aún era verano, la noche lo cobijaba todo, cual lucífugo demonio cubrí con mis manos mis temblorosos párpados cerrados con dolorosa presión, evitaba la inmunda luz artificial y las grotescas formas que alumbraba. En un atto segundo sentí, no vi, sino que sentí que contemplaba la devastación del universo. Un horror inenarrable invadió a cada átomo q me constituye, pues sentí lo que implica conocer lo que nos está vedado. En mi mente se formó la Pentación de la Tetración Aleph sub cero de un gugol, así de brutal será la rapidez y furibunda destrucción de toda esta malhadada parafernalia megalítica… junto a sus entrañas y a los habitantes y creadores de la demencial epidermis.

Mirar y sentir tan cerca el poder brutal de la sospechosa criatura dominante, es una forma de morir. El vacío perfora tus entrañas, es una forma repugnante de soledad, una prueba irrefutable de la nada. Ni la amenazante presencia de los seres primigenios que acechan desde fuera, y que sientes en Insmouth, en Massachussets, o en el apacible Boston deslumbrante, causan tan mala impresión.

 

Antes del fin, quizá antes del retorno a la locura. A diario voy a por el bálsamo refrescante que es el contemplar la vida en el jardín botánico.

Quería estar con los osos y con los pumas, corriendo por praderas y bosques milenarios, aferrarme a las rocas heladas de las montañas, limpiar del hierro insultante al Half-Dome; pero tan solo perdí una vida más.

¿Dónde encuentras no la felicidad, pero sí el contentamiento? ¿Viajando por entre las ruinas de tu red neuronal, ensoñando, creando, cambiando y destruyéndolo todo? ¿O siendo parte del rebaño?

 

Es otoño.

Como siempre y de espaldas haca la megalítica e iluminada atrocidad, me pierdo entre los vericuetos citadinos, parece q anhelo el encuentro con algún ser que esté de paso por esta galaxia; entonces, así tan de repente me siento atraído y por el más lúgubre de los sitios, casi deshabitado y fuera de tono, lo cual significa que es un atisbo del paraíso.

Veo que sobre un altar muy elaborado reposa a sus anchas la pesada y muy sofisticada maquina cafetera. Un doble ristretto -pido de forma arcaica y parsimoniosa. Retruena y resopla ardientes vapores la venerable máquina, luego de un respiro el barbudo dependiente trae el supuesto elixir, frunce su seño al ver mi expresión de claro desencanto tornándose ya en rabieta; en un instante puse en alerta al barbudo dependiente, al increparle por la insípida e inolora bebida. Acto seguido hice alarde de mi saber y exquisito paladar para con la espirituosa caturra, el dulzor del catuai… me contentaría con un coffea arabica bourbón -espete. Que atrocidad de lenguajes tejen un esperpéntico puente entre los abismos de una misma subespecie.

Con su repentina entrada, hace trizas al tenso ambiente un enorme gato de azules ojos, él precedía silencioso e inmaculado la sedosa entrada de una princesa árabe, toda ella llena del candente y sin par aroma de las arenas doradas y por eones destiladas por un rabioso helios; Ella viene y se acerca, derrochando perfume y fragancias de una tierra remota y ardiente; por un efímero y esquivo instante llenó mi ausencia de vida. Mientras el gato confianzudo se acurrucaba en mis piernas, la sin par criatura me despertó con un verdadero ristretto doble de geisha, mientras su voz acaricio mis oídos al decir:

Se llama Zarah, y es una gata. En sus ojos el sol reflejado en las arenas del tiempo.

 

Desperté entre los aromas de roble y jerez, que desprenden los sorbos del MacAllan reposado década y media. Yo soy el vacío.

 

El lejano rumor de las hordas de Tinieblos de pronto se vuelve ensordecedor y amenazante, entonces trepo impaciente a un enorme y viejo Quercus, las ardillas me guían hacia lo más alto; la manada de quejumbrosos no termina de pasar.  Son millones de @usuarios de @Facebook, @Youtube, @Whatsapp, @Instagram, @TikTok, @WeChat, @Snapchat, @Douyin, @Telegram, @Kuaishou, @QQ, @Sina Weibo, @Twitter, @Pinterest @etc @etc. que se han quedado solos y al fin libres, pero ello es justamente lo que los ha derrumbado mentalmente. Nunca más estarán en línea esas plataformas, por ello la horda se precipita al fondo del aletargado Milin.

 

Un elegante y efímero Shell-script  de @satoshi ha puesto orden y silencio en el ciber-espacio.

 

 

L. Vivar

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