Habitantes del cráter.

He vuelto a merodear por los glaciares de la bella montaña Orcón, el placer que causa escalar en sus hielos, o simplemente regodearse en su nieve no se puede explicar con el lenguaje humano. En esta ocasión Eolo decidió resoplar furioso durante el ascenso a la cumbre, como si no fuese suficiente el que siempre tenga que andar mascullando la infelicidad metafísica , por ello de estar encarnado en humano siendo un dragón, un ciclo de sueños que nunca termina, y que al despertar la mente confundida busca las formas dragoniles en un reflejo de cuerpo humano sobre el espejo . La escalada hacia el cráter cimero se convirtió en una lucha contra Eolo, y sobre todo en un intento por no descender gélido a visitar las pailas de Luzbel.
Qué paliza la que recibí desde las primeras horas de la madrugada hasta la llegada del alba, anhelaba una piel de dragón que evite el dolor que se siente en una mano congelada debido a que olvidé los mitones y también porque me salí de la ruta para darle de pioletazos a una pared de hielo tratando de evitar que mi mente empiece con el monólogo ahora ilustrado con imágenes imposibles. Salí de la pequeña pared para recibir indefenso el bofetón del fúrico viento cargado de nieve polvo, terminé cuarenta centímetros hundido de espaldas sobre la suave nieve pastelera; entre la neblina el negro cielo dejaba que un lucero avergüence la luz de mi linterna frontal, mientras que un cantarino sonido imaginó mi mente engañando el oído con un leve susurro “entras a mis ojos para acariciarme entera, con energía y sutileza” Es placentero imaginar que cayendo en los ojos de una sin par doncella en algo he alegrado su existencia. Busco en mi cuello el cordino del cual pende el último recuerdo recibido, una pastilla con toda mi información, entonces me incorporo veloz antes de caer en el sueño profundo y placentero de las alturas. Empiezo a caminar mientras gruño por el estado de la nieve que a cada paso me devora hasta la rodilla, en unas horas, jadeante llego al cráter, para no verlo, está cobijado por una densa niebla. Confirmo que hoy veré solo a mi sombra proyectada sobre la cima de la montaña por un débil Helios, que decide derrocharse sobre la gélida cumbre, con este clima no veré a las sílfides danzando y entonando bella música para una ausente Galadrina.
Inicio el descenso, el sol toma fuerza, se enfrenta al enfadado Eolo y le gana esta batalla; entonces el día se tornó maravilloso, una recompensa de paisaje y formas gélidas sin igual, un irresistible laberinto de grietas y seracs que invitan perderse en sus entrañas. Mientras planeo como un niño alguna travesura, echando mano de los tornillos para hielo, encuentro unas huellas siniestras que me retornan al pasado inmediato y entonces recuerdo que salí un día viernes de la ciudad en busca de las montañas con un desenfreno incontrolable, necesitaba el reencuentro con lo que mi mente asume que dijo una bella dragona antes de partir a cuidar de su tesoro, “Kantoborgy, tienes sueños, montañas e historias”.Las huellas encontradas son la confirmación de que algo o alguien vigila mis pasos en estos parajes, porque la tarde del viernes mientras subía por la morrena, justo en el lugar que decidía armar el campamento, encontré a un orco fisgoneando, Donatelo dijo llamarse el escurridizo visitante de otras dimensiones, mientras lanzaba miradas inquietantes hacia el macuto sobre mi espalda. Desapareció tan de repente como llegó, luego entonces creí ver la punta de la cola del dragón Krisófilax doblando por entre las grietas cimeras.
Divertido bajo en rapel al fondo de una grieta para fotografiar las estalactitas de hielo, y tremendo susto me llevo cuando el enorme hocico del gran perro Danka se muestra entero. ¿A qué fiero dios estás buscando Danka? –interrogué al monstruo. Él no responde, solo hace señas para que yo no hable, me deja censar telepáticamente que está jugando a las escondidas con Krisófilax. De pronto asoma el dragón y su ciánico color convierte a toda la caverna de hielo en un deslumbrante palacio, con una furtiva mirada absorbe de mi mente las inquietudes sobre la fugaz visita del orco. Llevas muchos secretos contigo, la caja marina y un escrito que del papel a pasado a grabarse en tu mente, son irresistibles joyas para Donatelo -me dijo Krisófilax. Logro el éxtasis en un instante de felicidad, estoy junto a dos criaturas preternaturales que jugando a placer dejan que sea parte de su mundo. Krisófilax pide a Danka recuerde para nosotros lo que conversaba con los dioses de antaño, e inicia recordando:

Un dios solicita al gran perro Danka:
-Danka, dime una mentira.
La humanidad, -responde Danka,
tu creación.
El dios acaricia a su fiel compañero, y dice:
-Por eones mi pesadilla.

Leonardo Vivar
Tomado del mi libro La Rebelión del Silicio

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