El fin del mundo

Fuego y chatarra.

 

Mientras todas las criaturas del planeta, derrotan al día y a la noche con sus maquinales quehaceres cotidianos, de pronto  se ven sorprendidas por un fenómeno sin par, quizá esperado por la mayoría de la primatemia diseminada; claro, fueron los últimos en darse cuenta, siempre cabizbajos, en medio de las ciclópeas ciudades luminosas, ruidosas y pestilentes, se habían acostumbrado a no mirar jamás al cielo. Los que se alertaron de inmediato, con el evento descomunal del cielo encendiéndose tan repentinamente, obviamente fueron los animales, sí, aquellas criaturas a las que hemos dejado sin hogar, y que ahora medran entre las ruinas de las metrópolis de la civilización. Pero nadie se tomó la molestia de observarlos en su frenética huida.

Los profetas de las hecatombes y del final de la humanidad no se lo esperaban, que estas fechas, un tan común día miércoles veinte y cuatro de septiembre, las dagas ardientes caerían desde el espacio exterior, y no crean como ya lo hacen millones, que fue para purificar a las criaturas pecadoras, no, sino que el resultado de tal escarmiento celestial resultaría peor que si aquel malhadado invento de una criatura llamada satán, hubiese venido a por todos los quebrantadores de la ley.

 

 

Millones de ojos acuosos miran hacia el hasta hace poco olvidado cielo, lo ven cargado y amenazador, lleno de artificios encendidos, de luminosas criaturas que descienden feroces hacia el planeta; algunos hacen genuflexiones hasta quedar torcidos para siempre, otros gritan y dan la bienvenida a los extraterrestres, y hay quienes se tragan con parsimonia su espanto y deciden esperar a que la gente de ciencia se pronuncie al respecto de tan grande y poco revelador fenómeno, y aunque la gente de ciencia se pronuncie a través de aquella gentecita que en cada ciudad y país del planeta ostentan la “gobernanza” la gente espera, y confía que pronto venga a raudales la tranquilizadora propaganda.

Vienen a por nosotros los demonios, veo sus repulsivos rostros. Asmodeo a la cabeza. -Gritan las masas, mientras de rodillas tratan de recordar algún rezo liberador.

Mientras esperan que la gentecita de cada gobierno, espabile teorías explicadoras mediante los medios de desinformación, los humanos van de apoco cayendo en las garras reptilianas de su naturaleza, el caos se inicia, las fuerzas del orden fracasan en controlar los arrebatos de locura, empiezan los saqueos a los comercios de alimentos, de electrodomésticos… Unas lucecitas en el cielo -aunque sean millones-, y la civilización de los contratos sociales humanos, se difuminan como el humo. Por menores causas que un cielo lleno de estrellas cayendo, la primatemia bípeda ha perdido la compostura.

Más allá de los robos y asaltos por acaparar agua, comida, alcohol y lo que fuere, las masas se han dedicado, como es su costumbre desde que fueron esclavizados por las aplicaciones móviles, a filmar y fotografiar sin prestar la mínima atención a lo que realmente sucede.

No pocos han aprovechado el pandemonium para darle de empellones a su nefasto colega, o lo que fuera. Y algunos, de esos que ostentan el poder, se las han apañado para cortar las lumínicas rutas de envio de datos intercontinentales, claro, el potencial enemigo pudo ser el causante del incendio celestial.

Hubieron millones de gentes y estructuras destruidas por las bombas nucleares que se lanzaron temiendo que el enemigo habia empezado la guerra. De esto poco o nada se sabrá.

De repente alguien se queja de que sus imágenes no suben a la nube informática, millones olvidan por unos instantes el caos en crecimiento constante, y lo único a lo que prestan atención es que la madre de todas las redes no existe, todos desconectados  al fin. ¡Qué horror! Empiezan los suicidios, la red ya no existe, los ha dejado solos. Los primeros en separase a como dé lugar de su caparazón orgánico, son los dataistas; porque sin la madre de todas las redes que alimenta y estruja a la nube de datos mundial, nada son, ni su “inteligencia” artificial puede ayudarlos ahora, pues ella ahora es una tabla raza, sin conexiones a datos que mendigar. Ella, la temida ai, ha muerto, no se ha necesitado que algún humano más despierto la haya llenado de C4, ni que algún gobierno se haya gastado en un costoso misil termobárico para hacer pedazos los centros de datos sobre los que vagabundeaba la ai.

Cosas peores suceden en los aires, en los océanos y en los autónomos bichos de caucho y metal que ruedan por las carreteras del planeta; algunos aviones han sido impactados por las dagas de fuego, y han caído obedientes, como debe ser, a los designios de la impoluta gravedad. En los mares se han perdido miles de embarcaciones, sin la red, están a la deriva, perdidos, quizá quienes aún sepan navegar a la antigua lleguen a buen puerto.

La probabilidad por más mínima que sea, tiende a ser ejecutada. Que la las dagas de fuego han partido limpiamente a unos cuantos transeuntes es ahora una realidad, y que algunos de ellos fueron gentecita de poder y gloria terrenal, es también un balsamo que a no pocos calma el ardor de su ira y de las quemaduras que han sufrido. La mayoría de sentenciados curiosamente han sido gentes del poder religioso y de la banca.

Que el dinero virtual, incluyendo las criptomonedas han dejado de fluir, es de infarto. Vuelve el truque, o la impresión de papeluchos cuyo valor depende solamente de quien esta en el poder.

Todo sucede tan rápido, la hecatombe de los pirómanos celestiales, está por llegar a su final.

Hace solo dos horas y algo más, todo era quietud y calma, es decir, el rebaño domesticado y trabajando animoso y amoroso para la venerable ai. Todos mansos embebidos en sus quehaceres. Y, aunque el gorjeo de un codificador informático, sentenció al mundo y a sus aparatejos, con la advertencia de que se había hecho con el control de las constelaciones de ojos que nos vigilan desde el frío espacio exterior, nadie, ni siquiera la inteligencia militar a nivel mundial hizo caso del corto post que decía:

– ¡Huid a las cavernas, somos trogloditas! Nuevamente. Soy el amo y señor de la chatarra espacial.

No está por demás anotar que el susodicho codificador, recibió miles de millones de “Me gusta” y ya contar las réplicas y reenvíos es tarea imposible. Pero esta oceánica marea de esclavos laburando en las aplicaciones sociales, evidentemente no fue la causa de la muerte de la gran red de redes.

De hecho, ahora que ya nada cae del cielo, y que las masas de rebaños bípedos están bajo el irrefrenable efecto de la parálisis cerebral liberadora de su esclavitud, al no tener acceso a la red; unos pocos sabemos que el codificador le pidió a Watson y al gptChat de la electrizante ai, escribir unas líneas en Phyton, que el susodicho usó para alterar la ruta de un solo y sencillo –una baratija- satélite, el choque de este bicho con el resto de chatarra espacial, armó una reacción en cadena como de si una explosión de una bomba atómica se tratase. En el año 2024 han caído hasta las ilusiones de ir a marte, junto con las estaciones espaciales. Y la manía del chismorreo social… muerta.

 

No veo a la gente ir a por una caverna, pero las masas vuelven a mirar al cielo… ¡Oh satélite que estás en el cielo…

 

L. Vivar

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