País de las ultimas cosas

…viaje al País de las últimas cosas que ansía la gente.

Camino despacio, en estos laberintos Kafkianos hay que ir con cautela, porque a más de que nunca pasa nada, hasta las sombras inventan cuentos en estos pasillos del terror urbano. Allá en el fondo de un recoveco diviso al señor Hátun, está de plácemes embelesado en la tertulia con su jefe –¡Maldición! Ya me vieron.

-Venga señor Bomboldi, hemos preparado para usted un viaje que podría no solamente servirle para aumentar sus conocimientos tecnológicos, sino que estimo servirá para que tenga un tiempo de reflexión y relax. No se haga el huraño acérquese que con el distinguido Hátun le daremos los pormenores.
A regañadientes y esquivando a los humanos que salen al paso como por encanto, y que son trabajadores incansables de esta ficción que es el laburo en los cubículos de cemento. Ellos trabajan para el “progreso” esa ficción que nos tiene en la mierda. –En fin, ya es tarde , a ver, mejor me acerco para que deje de gritar.

-¿Qué hay Hátun?

-Hola Bomboldi, aquí el amigo Pansaleo quiere hacerte una propuesta sobre la posibilidad de que se implante la navegación por GPS en nuestra ciudad, para ello desea hacerte una propuesta.

-Sí Bomboldi, su asesoría nos ha sido muy beneficiosa, y para compensar el bajo emolumento que el proyecto le ha significado, quisiera que usted nos represente en una serie de conferencias en el exterior.

-Hace poco en su llamado entendí de usted que el viaje podría ser de relax y reflexión. Sepa usted Pansaleo, que aquellos vocablos me causan náusea. Y que la única forma de hacer una catarsis es yendo a batallar contra las verticales de una montaña -tal como manda el señor Kantoborgy-, o danzando semidormido por alguna pradera lejana. Así que supongo usted quiere enviarme a los Himalayas, o a la cordillera Blanca en Perú.

-Carajo Bomboldi, en seguida te enciendes, eres débil para la furia. Pansaleo tiene en mente otra cosa, y claro para nosotros que te hemos observado en estos meses, creemos que estás realmente estresado. Y deja de hablar de esos extraños seres de raros nombres que nos ponen la piel de gallina de los puros nervios.

-¿Y cómo no estarlo Hátun? Si aquí no pasa nada. Bueno, sí algo sucede, por ejemplo a diario la masa trabajadora se la pasa inventando ficciones, creen que hacen algo, madrugan a tomar un colectivo atestado de humanos, viajan una hora por esta ciudad arácnida y multicolor, dopándose gratuitamente del abundante humo de esta urbe sin rostro; luego, avisan a los sistemas de TI que han llegado, se registran para proceder a encarcelarse durante ocho horas entre cuatro paredes o en cubículos que ni las abejas aguantarían; allí dan rienda suelta al dime y al direte, al cotorreo incesante y a cumplir con un endemoniado y absurdo papeleo. Creo a diario se tragan media hectárea de bosque. Después, al caer la tarde hacen cola, una larga fila llena de olores rancios producto de su laburo incesante, para rendirle pleitesía a ese sensor medio venenoso que capta las huellas digitales y reparte candorosamente las bacterias que han dejado unos, para que otros las lleven en sus manitas cansadas por tanto “progreso” que crean a diario.

-Ya ve Bomboldi, usted necesita vacaciones, y de paso refrescar sus conocimientos sobre los sistemas de información geográfica, con los maestros, allá con los creadores de la tecnología moderna.

-Diga de una buena vez Pansaleo, a dónde quiere usted que yo viaje.

-¿Cómo, no te das cuenta? ¿Y quiénes crearon la tecnología de la que habla Pansaleo?

-Bueno, ya está Hátun. Tu desmesurada sonrisa, indica que ha der ser aquel paisito del “primer mundo”, aquellos que se creen los chapas del planeta.

-Claro Bomboldi, ¿yque otro lugar podría ser?. Pero no te pongas agresivo.

-Por ejemplo Alemania, Pansaleo, aquellos teutones creadores hasta de la teoría cuántica.

-Déjese de vaciles Bomboldi. Eso está muy lejos y usted de seguro pisando tierra Alemana se da un salto al Himalaya, y nos deja sin oportunidad de saber qué hay de nuevo en tecnología de mapas.

-De seguro que eso haría. Pansaleo tiene razón, allá no es el destino de tu viaje Bomboldi.

-¿Y ustedes creen que el paisito de la sociedad neurótica y consumista sería el perfecto lugar para reflexión, y relax?

Me he dado la vuelta, si me quedo más tiempo en esa tertulia insana es probable que termine en el manicomio de los jubilados. A mis espaldas Pansaleo grita –Mañana te vas al registro civil a sacar una partida íntegra de nacimiento, Bomboldi. ¿Escuchaste?-. Alzo la mano para no ser malcriado. Creo que Hátun viene siguiéndome. Trato de correr pero la fémina que trastorna mis sentidos se pasa frente a mí, y me deja desarmado.

Hátun me da alcance y dice –mañana habrá que tomarte fotos, son muy especiales, y tienes que cortarte esas barbas de mercenario, que así de seguro que te negarán la visa-. Que se vayan a la mierda con su visa, su país y sus manías paranoicas, no quiero ir –le grito a Hátun quien queda perplejo de mi comportamiento de troglodita.

Ya en la noche, tratando de consolarme con el relato de Carlo Américo Salerno, que explica a su amigo sobre quiénes son lo reye mago y lanarquismo termino en un estado Oláfico, es decir una amargura hilarante, porque claro, están las necesidades cotidianas que se abaten con los cochinos dólares verdes.

Nacho: Carlucho, quiero que me digas la verdad. Creés en los Reyes Magos?

Carlucho: En lo Reye Mago?

No le gusta que le hagan esa pregunta y como siempre que se pone preocupado comienza a arreglar los chocolatines y los caramelos.-

Nacho; -Vamos Carlucho, decime.-

Carlucho; -En lo Reye Mago, dijiste?

Nacho; -Si, decime.

Sin mirarlo murmura.

Carlucho; -Y que se yo Nacho, Yo soy un bruto un inorantge, no hice ni el primer grado. Yo nunca servi ma que para lo trabajo pesado. Pion de patio, estibador, la junta el mai, esa cosa.

Nacho: -Decime Carlucho.

Medio se enfureció

Carlucho: -Qué bicho te pico ¡Que tengo yo que sabe esa cosa!

De reojo, vio que el chico bajaba la cabeza y quedaba dolorido.

Carlucho: -Mirá Nacho, disculpame, yo soy tu amigo, pero sabé que tengo un carater de mil diablo…
Mira Nacho, Ya tene siete año cumplido y hay que decirte de una buena ve la verdá. NO HAY REYE MAGO. Todo cuento, todo engaño. La vida é muy triste, pa que no vamo a engañá. Te lo dice Carlo Americo Salerno.-

Nacho: -Y los juguetes entonces¡.

La voz de Nacho era desesperada

Carlucho: -Lo juguete ?

Nacho: -Si Carlucho, los juguetes.

Carlucho: -Todo cuento, ya te dije. No viste que solo aparecen en lo botines e los ricos……
Bueno, vaya a sabe como son las cosas…
Vino un cliente y compró cigarrillos. Al cabo de un largo tiempo Carlucho comentó sibilinamente:

-La gran puta¡ Si habría lanarquismo…

Nacho lo considero con extrañeza.- Lanarquismo?

-Si Nacho, lanarquismo

– Y qué es eso?. Carlucho se sentó en su sillita enana y sonrio con ojos meditativos y nostálgicos. Era evidente que pensaba en algo muy lejano pero lindo.

-Aqui tendría que esta Luvi- dijo-

-Luvi? Si Luvi.

-Y quien es Luvi ?

En los grandes momentos cuando Carlucho se disponía iniciar alguna de aquellas ideas que sentia profundamente, cambiaba la yerba del matecito, se tomaba su tiempo y preparaba lo que iba a decir con largos silencios, asi como las estatuas se colocan en las plazas, rodeadas de espacios que las destaquen en toda su belleza.

-Quién era Luvi- comento con los ojos siempre nostalgicos. Despues de sentarse de nuevo en la sillita enana, la misma que había pertenecido a su padre, explico:

– Ya te dije quje al año 18, justo cuando terminó la guerra, yo pionaba a la estancia DON JACINTO, la estancia de doña Maria Unzúe Dalviar. Junto con Custodio Medina pionaba. Entonce llegó Luvi. Sentiste hablá de lo linyera vo?

– Linyera? Sabían veni de muy lejos, con latadito a la espalda. Caminando por la via el ferrocarril y despué por lo camino. Venían a la estancia y siempre habia comida y un catre pa lo linyera, esa es la verda.

– Pero entonces , eran piones, como vos o Medina?
Carlucho hizo un gesto negativo con el dedo.

– No señó no eran piones. Lo linyera eran linyera, no pione.Lo pione eramos conchabados pa trabajä.

-Conchabado?– Pero si, sonso. Trabajamos pa gana dinero, comprendé.
Y los linyeras no trabajaban?

-Si que trabajaban, pero no pá ganá dinero. Nadie lo obligaba.
Nacho no entendía. Carlucho lo miró, fruncio la frente en unngran esfuerzo y trató de ser mas claro.

-Lo linyera eran librescomo los pajaros, entende? Venían a la estancia, hacían alguno trabajito si querían y después se iban como habían venido. Lo estou viendo como hoy, cuando Luvi había guardado toda su cosita y había hecho latado pa irse…
Me parece que lo estpy viendo- dijo- Alto yh flaco, con su barba casi colorada y lojo azule clarito….

Maldigo al mismo demonio por el desvelo, me dan las 12 de la noche, prendo la radio y me reencuentro conmigo mismo, he dejado el dial sintonizado en la frecuencia de Radio Marañón, La Voz de los Lechuceros, donde el señor Olegario Castro está dando inicio a los relatos exquisitos, ahora interviene la doctora Jitte, inicia su relato con palabras que me sumergen en los dulces efluvios de las selvas tropicales; algo dice de los seres saponáceos, mientras suena la música de fondo, la sin par guitarra chiliquinga del maestro José Miguel tocando en vivo desde el Domo del Panecillo: Chorreras del Pita. Qué tipaso ese Carlucho, nadie como el maestro Sabato para ilustrar lo que es la inteligencia.

En la quinta paila.

Amanece, y me sorprendo al enfundarme presuroso con las prendas de vestir que sirven para el trajín en las callejuelas de esta, la ciudad del humo y del ruido. He decidido ir al registro civil, allá en la parte sur distante, llamo a Hátun –quien contesta animoso, y lleno de esperanza, confiando en que esto podría ser el inicio de mi “liberación”- para que me guíe en la zona del bullicio, y para que sea testigo del mal trato que reciben los ciudadanos de este pedacito de planeta llamado Ecuador.

Subidos en el carruaje de Hátun, nos dirigimos al sur por esas “autopistas” capitalinas que hacen honor a los coladores, tienen tantos huecos, y las partes que no los tienen es porque recién han sido taponados con quién sabe qué mezcla pegajosa que al primer aguacero convierten a los huecos en trampas peligrosas para transeúntes y autos.

-Reconozco Hátun, que esta tamalera que por auto tienes es cómoda, se puede escuchar música para en algo distraerse en el viaje, claro que representa la carcacha de la “opulencia” deseada por esta clase media tendiendo a subterráneo.
-Escucha Bomboldi, antes cuando era un simple transeúnte hasta las bicicletas querían atropellarme, ahora que tengo esta tamalera como la llamas, al menos logro que detecten mi presencia. Además, con este carrito hasta he conseguido nuevas amistades, compañeras que aunque por interés me hacen compañía. Sé que es un auto-engaño, pero a la final yo también busco sus favores.

No se presta la mañana para las charlas, en realidad hay mucho de qué preocuparse en el camino, los madrugadores funcionarios son capaces de matar por ganar un puesto delante de nosotros, las bocinas no son suficientes, por ello bajan las ventanas de sus autitos y vociferan sandeces. Llegamos a las afueras del registro civil, y claro, no ha dónde estacionar. Nos paramos en la puerta de entrada, miramos que dentro hay un parqueadero enorme, pero el mal encarado guardia sencillamente nos ignora, entonces me bajo y le pregunto por qué no podemos ingresar, éste de mala gana contesta: los parqueaderos son de los señores funcionarios. Y que, ¿aún no llegan los señores, que hay parqueo libre por doquier? ¿Y es que todos tienen auto? –con voz alta pregunta Hátun desde su ventana. Mejor me trepo al carro antes que el guardia se ponga de malas pulgas. Nos toca negociar en la calle a ver dónde dejamos esta tamalera enorme.
Hemos estacionado lejos, luego de diez cuadras de caminata distraída entre tanta gente frenética en las calles, entramos al edificio, que se lo ve moderno, remodelado, pero por dentro la historia es otra, porque existiendo ordenadores por doquier lados los funcionarios siguen permitiendo los amontonamientos de la gente. Hay colas por todos lados, y uno no sabe a dónde dirigirse. Hátun pregunta varias veces, yo hago lo mismo, y las respuestas son vagas e inservibles, por fin alguien se comide al ver a dos extraños tonteando ya por casi media hora, y nos manda allá al fondo, – ¿ve usted donde se están casando? allí ya mismito sale una señora a repartir tiquetes, después le toca esperar, afuera en ese patio de más allá ¿lo ve?
Monta en cólera el manso Hátun y en medio de tanta gente despistada se queja de la falta de señalética, de sanidad, porque los olores son bárbaros, y de la mala gana de los funcionarios en ayudar, jura por los cielos que se va a quejar al mismísimo presidente, y amenaza:

-Verán, que el señor Muelabroka les ha dado todo, tecnología, mobiliario, y hasta uniformes, y ustedes siguen con papelitos de turnos y desordenados. Son unos incapaces ya veo que hasta los muebles comprados para que la gente espere medio cómoda, están mordidos, rayados baboseados, esto es el ¡COLMO!.
Entre la muchedumbre asoma un guardia que grita –o se calma señor, o…

-O nada. Tengo derecho a reclamar –continúa Hátun.

Veo a una señora salir de un oscuro recoveco portando un montón de papelitos, -esta debe ser la vieja de las partidas- entonces me abalanzo hacia ella, y ésta sale despavorida mientras grita: ¡guardia guardia!. Ella cree que yo soy un criminal que quiere devorarla. Hátun que ha ido a por un café para calmar su desesperación, corre en mi auxilio, corta la despavorida carrera de la doña y le explica que necesitamos el turnito. La doña algo más calmada le dice al guardia que llega presuroso: si por usted fuera, ese señor raro ya me hubiese…hecho quien sabe qué cosa, usted es un ocioso.
Tenemos el turno, y ahora el mismo guardia nos ha llevado a un patio donde el sol pega con venganza sobre las testas de los señores funcionario y de la plebe que espera el milagro de terminar con su trámite; y allí esparcidos como delincuentes en un patio de cárcel, estamos junto a la gente que cruza los dedos y hace oraciones a quien sabe qué santos, para que les entreguen la partida de nacimiento, de matrimonio, de…defunción. Todos se quejan, unos dicen ser de provincia, y que ya no les alcanza el dinero para otro día de espera; a otros con el rostro empedrado por la indolencia, ya no les importa nada, solo quieren su papelito y largarse para siempre. Hátun lee en voz alta uno de los tantos carteles coloridos:

EL GOBIERNO DE LA REVOLUCIÓN CIUDADANA TRABAJA PARA SU BENEFICIO EN LA MODERNIZACION DEL ESTADO Y EN LA MEJORA DE LOS SERVICIOS PÚBLICOS….BLAH BLAH BLAH..

La gente confunde a Hátun con algún propagandista politiquero y zalamero gobiernista, por poco le hacen carga montón para despedazarlo. Un campesino de mirada serena, se interpone entre la masa y el oficioso lector y pregunta: ¿porqué el señor presidente da computadoras a estos burros?. Hátun responde con furia diciendo que él es el más indignado, que deberían jubilar a tanta vieja inútil.

-Bomboldi, ¿porqué no dices nada? –pregunta Hátun.

-Espera –le digo- que estoy llamando a Pansaleo, para que escuche todo este jolgorio del populacho enfurecido, y de paso a decirle que con calma me he sometido a esta primera paila de la humillación; lo cual considero será suficiente para purgar mi mal genio.

No hay forma de comunicarse, aquí ni los celulares funcionan. De repente sale la doña y toda la muchedumbre se lanza sobre ella, creo la van a destrozar a mordiscones, pero no, se quedan a escaso medio metro de su cuerpo. La doña da inicio a llamar a sus clientes según el apellido. Hago esfuerzos por entender algo entre tanta bulla. La doña casi no tiene voz, la pobre está ronca de tanto llamar a la gente. -Qué buena es, la modernización del registro civil- le digo a Hátun mientras nos proponemos armarnos de santa paciencia. Para no ser tan quejoso les resumo el cuento, nos tomó dos días el trámite, y eso claro gracias a que no tenía ningún error en mis datos, caso contrario tenía que contratar un abogadillo, esos que Velasco Ibarra decía son de mente ratonil, para que demuestre ante la ley varias cosas como: Que sí existo, que no estoy muerto, que tengo derechos de ciudadano… y, que Pansaleo quiere que viaje al país de las últimas cosas.

Pansaleo, sobrio, sin comprender las ominosas experiencias en las oficinas del registro civil, pregunta:

-Estimado Bomboldi ¿ha llenado usted el formulario en la web para obtener la visa para su viaje?

-Hátun acota –eso es lo de menos, primero que llame a pedir cita. Bomboldi debes ir al banco a pagar para tener el derecho a llamar por teléfono a la embajada y pedir una cita.

-¿Pero qué se creen esos dementes? Encima debo pagarles para poder hablar con ellos por teléfono. ¿En qué paisito estamos que nuestros gobernantes permiten ese maltrato?

-No se queje Bomboldi, que ellos se cuidan de tanto criminal que desea ingresar a su país.

-¿Y ellos no tienen criminales? Si hasta en las escuelas se dan bala. ¿Y acaso no vienen nuestro país cuando les da la gana y sin pedir permiso a nadie? No, no, ustedes no necesitan contestar. Yo lo sé Pansaleo y Hátun, es que ellos son la policía del mundo, y cuando atacan ferozmente a otro país, no es para mejorar la economía moviendo la maquinaria de guerra que tan buenos negocios acarrea; sino que lo hacen para salvar al mundo de los malvados que están en oriente, de los salvajes latinoamericanos y sus guerrillas, de los tarados tercermundistas que están devorando los bosques y matando a la naturaleza. Es que ellos, con su vasto conocimiento de primermundistas, tienen la experiencia, pues se tragaron medio planeta y contaminaron la otra mitad, cuando iniciaban su revolución industrial; en esas épocas, como ahora el ser homo sapiens significaba controla a la naturaleza a como dé lugar, -domínala y enseñoréate-. Claro no, ellos son unos santos que ya olvidaron el cómo se hicieron poderosos, esto fue esclavizando a otras razas y obligando a sus propios niños a trabajar en las minas de carbón –¿No han leído a Marx a Engels?- Pero acá , nosotros salvajes tercermundistas, somos condenados porque nuestros niños que se ven obligados a trabajar, por la miseria causada por los politiqueros a vender caramelos. ¿Verdad?

Pansaleo, atónito pregunta si soy comunista.

Pero si los comunistas son las misma mierda –le digo ya desenfadado y dando media vuelta, para alejarme de tanta estupidez. Mientras me marcho les pido que lean algo de historia, que busquen en google.com que no es un tema de comunismo, socialismo o capitalismo, es un tema de que el “progreso” es una falacia, una irrealidad que en algún momento nos pasará factura. Que el hombre sigue siendo el mismo pese a su “modernismo” en la tecnología. Ya se les acabará su maldito consumismo, sus deseos de adquirir la felicidad en las cositas, sufriendo por renovar cada año su carrito que anda con el petróleo que está matando a Gaia, y con el cual se pavonean hasta para ir a comprar el pan.

Ya en la noche recobré la calma, eso sí, debo reconocer la falta que me hizo la dama de mis sueños, ella me abandonó por completo, no asomó en ningún instante de mi día alucinado. Me puse a leer La vida en los bosques del estadounidense Henry David Thoreau, que gran tipo que dio al mundo esa nación.
Cuando escribí las páginas que siguen, o más bien la mayoría de ellas, vivía solo en los bosques, a una milla de distancia de cualquier vecino, en una casa que yo mismo había construido, a orillas de la laguna de Walden en Concord (Massachusetts), y me ganaba la vida únicamente con el trabajo de mis manos. En ella viví dos años y dos meses. Ahora soy de nuevo un morador en la vida civilizada.…Sin embargo, vivimos mezquinamente, como las hormigas, aunque la fábula nos cuenta que hace mucho fuimos transformados en hombres; luchamos con grullas como los pigmeos; es un error sobre otro error, remiendo sobre remiendo, y nuestra mejor virtud tiene, para esta ocasión, una miseria superflua y evitable. Nuestra vida está desmenuzada por los detalles. Un hombre honrado pocas veces necesita contar más que sus diez dedos, o, en casos extremos, puede añadir los otros diez de los pies y comprar a bulto el resto. ¡Sencillez, sencillez, sencillez! Que tus asuntos sean dos o tres y no cien o mil; en lugar de un millón, cuenta media docena y lleva sus cuentas sobre la uña de tu pulgar. En medio de este mar picado de la vida civilizada, son tales las nubes y tormentas y arenas movedizas y mil otras cosas a las que hay que atender, que un hombre tiene que vivir haciendo cálculos si no quiere naufragar e ir al fondo y no llegar a puerto alguno, y sin duda ha de ser un gran calculador el que triunfe. ¡Simplificar, simplificar! En lugar de tres comidas por día, no comas más que una si es preciso; cinco platos en lugar de cien; y reduce todas las demás cosas en esa proporción.

n la mañana recibo el llamado de Hátun, me cuenta que ha pagado por el derecho a llamar a la embajada para pedir la cita. Luego de haber ensoñado con la vida en los bosques del amigo Thoreau, decido no maldecir y someterme al proceso, en agradecimiento a tan bella experiencia y sabiduría de vida que nos dejó. Hátun ante mi falta de reacción piensa que lo estoy engañando y me recuerda que el viajecito al país de las últimas cosas, es necesario, que después me puedo ir a vivir en los infiernos, que aún allá necesitaré verdes dólares. Esto último casi me saca de casillas.
Llamo a la embajada, y empieza el tormento, tratando de entender el mal hablado español lleno de mojigaterías y monserga insufrible:

-Señor, ¿Por qué desea usted viajar?

-Obligado por la necesidad.

-¿Usted desea quedarse a trabajar?

-Odio trabajar señorita. Voy obligado por una consultoría que no termina.

Acto seguido me indican que debo llevar tropocientos y un mil papeluchos, certificados bancarios y no sé que más idioteces. Encima, me dan la cita para un día antes de la supuesta fecha de partida, entonces me quejo ante la señorita y pido me dé un documento para presentárselo a Pansaleo, así justifico el no ir al viajecito. Que la fecha es un absurdo –le increpo mientras espero respuesta. Apresuro a la doña, porque Hátun me había dicho que encima del pago para poder llamar a las “divinidades” de la embajada, el tiempo es limitado. La criatura de la embajada me da la fecha, y empieza nuevamente la verborrea recordándome de la papelería insulsa que debo presentar, necesita fotos que estén actualizadas, y que no olvide de entrar en la web de la embajada y llenar un “corto formulario”. Me dice socarronamente que para el día de la cita lleve dinero, para que me devuelvan el pasaporte nuevo y que no olvide llevar el antiguo pasaporte por si alguna visa anterior pueda servir de referencia…faltó decirme que vaya peinadito y bien portado.
Hátun interrumpe para decir –vamos a que te tomes fotos, o mejor mañana que estás barbado como criminal indecente- ¿Y es que hay criminales decentes? –Yo pregunto asombrado- Ante lo cual Hátun dice que no lo sabe, pero que yo estoy con cara de indecente.
O me tomo ahora las fotos o no lo hago nunca –le comunico a Hátun quien viene presuroso.

La séptima paila
Pues ya está, no llevaré sino las fotos y el invite al cursillo emitido por los técnicos del paisito en cuestión. Si me invitan y no me dan la visa, entonces que se jodan solos. No voy. Entro a la web solo para amargarme la existencia, porque descubro que el pequeño formulario web se compone de un gúgol de preguntas humillantes. Esto es la séptima paila del infierno –me digo mientras salgo disparado en busca de Pansaleo-. No lo encuentro, solo Hátun se compromete a contestar por mí, pero primero hay que subir una foto digital al mal formado formulario web. Esto sí que es una porquería, han puesto una herramienta informática en la web, que valida las proporciones de la imagen, mide la cabezota del aplicante; se queja el programita de que el peso no es el adecuado, los pixeles de la fotito no son los que quieren los emisores de visas, etc.

He pasado una hora con Hátun cuadrando la foto; finalmente me alegro, se ve en el formulario mi rostro como el de un mercenario, lo cual seguramente impresionará a la chapería mundial y no me dejarán entrar; entonces, no iré.
Ahora vienen las preguntas de rigor:

-¿Ha matado usted?

-Muchas veces, claro con la mente, pero uno siempre mata a alguien, reconocerlo es el problema, la sociedad se espanta.

-¿Fuma drogas, las consume?

-No fumo, pero los fumadores a uno lo obligan, porque el humo termina siendo inhalado por quienes no fumamos. Y si ellos fuman drogas no lo sé. No consumo drogas, pero en mis excursiones al campo he notado que en ciertos bosques, hay algunas plantas que sueltan esporas alucinógenas, éstas ingresan por las vías respiratorias, y uno termina “fumándose” media pradera, claro no es un acto voluntario.

-¿Sabe de explosivos?

-Sí, me gusta mucho la ciclonita, el C4. Y las bonbas termonucleares, las de hidrógeno son mi pasión.

-¿Ha secuestrado aviones?

-Directamente no, es decir aplaudí mucho cuando aquel dragón mal geniudo de nombre Kantoborgy mando al trasto de un coletazo a cierto avión invasor y espía. No recuerdo si era Ruso o ….

-¿Consume alucinógenos?

-No. Eso es para los cortos de imaginación, y a mí como a los señores: Lovecraft, Kantoborgy y Lovochancho, nos sobra. Así que nada de LSD.

-¿Tiene carro?

-Mejor que eso, tengo un rocinante ruso, que enfurece a los opulentos majaderos de las autopistas capitalinas. Y sepa usted que las verdaderas dulcineas adoran ir sobre sus duros lomos. Además de ha llevado a lugares donde antes iba a pata desde la mismísima carretera panamericana.

-¿Tiene propiedades, casa?

-Sí, mi verdadero hogar está en las montañas. Sepa usted que los jardines y montañas de Gea son míos y los comparto con los dragones.

-¿Tiene usted muchas mujeres?

-¿Quién no las tiene? Me refiero a que todo ser humano mentalmente desea poseerlas, es por la naturaleza humana. Quien diga que no, es uno de esos santulones curuchupas hipócritas, o sencillamente se callan porque no se conocen a sí mismos, les da vergüenza aceptarse. Eso sí, la sociedad se escandaliza y como dijo el señor Pablo Palacio Con guantes de operar, hago un bolo de lodo suburbano, aquellos que se tapen las narices a su paso, le habrán encontrado, carne de su carne.

Hátun estaba al borde del llanto. Hay más preguntas del mismo estilo por responder, que si trafico armas, si trafico drogas, que si soy terrorista o tengo algún negocito de trata de blancas, negras, amarillas etc. Preguntas de escándalo, no sé cómo no se irritan y enferman los curuchupas, pelucones y santas mujeres que viajan al dichoso paisito de las últimas cosas. Inclusive, me pregunto qué es lo que habrán respondido nuestros políticos pseudosocialistas y comunistoides en preguntas tales como:

-¿Era Marx el demonio?
-¿Es usted comunista?

Porque cuando se les presenta la oportunidad van al paisito de las últimas cosas a comprar ropa de marca, perfumes para esconder su pestilencia; y claro, también ha tragar comida chatarra, porque aquí, en su propio país les sabe mal los hot dogs criollos. Eso sí, cuando regresan los comunistoides, llenos de dinero algunitos, de tanto trabajar en el país del Lucifer del dinero, empiezan con la verborrea en contra de los gobernantes del paisito que les dio la VISA PARA UN SUEÑO; los tildan de explotadores, capitalistas de Lucifer y no sé qué más barbaridades, y solo por la envidia de no tener el cerecate para hacer el billete y tener el poder que aquel país tiene. Y eso, sin hablar, que este mi país equinoccial, tiene más riquezas que Suiza, y también más brutalidad e incapacidad que el universo finito pero no acotado. ¿Y los causantes del caos y la miseria? Y bueno, algo de culpa tendrán los majaderos perioverborreos –a quienes Milán Kundera les concedió el honorífico título de ASNO TOTAL– que les siguen el juego al poder politikero.

No sé cómo terminó Hátun de llenar el interminable formulario, pero a Pansaleo le dijo Bomboldi no tiene remedio. Pansaleo por su parte me ha traído una serie de documentos que según él, validan que mi viaje sea real y debidamente financiado –prometo en silencio dejarlos en el wáter de mi casa, para leerlos en el momento oportuno-. Pansaleo no quiere ni oír que le cuente sobre el proceso humillante al que me he sometido por voluntad propia, como una especie de purgatorio para pagar mis arranques de soberbia. Él se pone colorado de las furias, cuando me quejo del proceso humillante. No quiero causarle un ataque de ira, pareciera que podría explotar como un tomate.
-Mañana es su cita señor Bomboldi, le ruego llevar todos los papeles, y también los documentos que prueben su solvencia económica y arraigo: -casita, carrito, finquita, sueldito, reporte bancario….- Dicen con seriedad Pansaleo y Hátun.

-Y los cuatro certificados de matrimonio, que gracias al bondadoso profeta Mahoma, que Alá lo tenga en su gloria, dispongo, uno por cada mujer- Respondo lujurioso y sonreído.

-Promiscuo- grita Hátun lleno de envidia.

-En su cita, Bombolid, no mencionará a ese señor Mahoma, que sería contraproducente- Indica con aire circunspecto Pansaleo.

Llega la noche, y me la paso ensoñando sobre qué maldades podría intentar hacer para evitar el viajecito. Reflexiono sobre el formulario criminal, y me conformo con que las respuestas dadas sean suficientes para que me echen de la embajada, o no me dejen ni entrar al país de las últimas Cosas, en caso de que al menos me suba en el avión.
Temprano en la mañana, con la esperanza de librarme de una buena vez de este tormentoso proceso humillante, hago honor a la puntualidad y me presento en el complejo. Veo que ya hay aplicantes, todos bañados, rasurados, perfumados, cargados con gordas carpetas repletas de papelitos en donde han depositado su fe. Entonces recuerdo que dejé en el wáter los certificados que me dieran Hátun y Pansaleo. Empieza la primera cola, -otra vez a los turnos-, la mañana es fría y augura un sol canicular de verano, y nosotros haciendo cola como sirvientes desmemoriados a la intemperie.
Llego a la ventanilla exterior y la oficinista me pide la foto, pasaporte y formulario web, ella pregunta curiosa si no traigo nada más, ante lo cual le enseño el libro que traje para matar la espera La rebelión del silicio. Interesante portada –me dice- ante lo cual le digo que el contenido es mejor, porque un dragón de nombre Kantoborgy cumple su misión dando buena cuenta de la humanidad, mandándonos a todos a ser polvo y ceniza. Se frunce la chica, mientras señala de mala gana que tengo que ir hacer otra cola. La segunda – le digo cariñoso.

El sol empieza a pegar duro, la gente está embelesada, y poco le importa el mal trato; se comportan como en un cuento de Goligorsky, de esos fenomenales relatos de su libro A la sombra de los bárbaros; como que hubiesen tomado la píldora mágica para luego ser tranquilamente conducidos como todo un rebaño, -un pueblo entero- a montarse en una nave, convencidos de que iban al cielo, a un mejor planeta con una mejor civilización. ¡Insensatos!. Pues eran conducidos a un gran frigorífico, para luego ser alimento para otra especie, tal como nosotros hacemos con millones de pollos, vacas cerdos, todos los años; y que ahora nuestros niños creen que la carne sale empacadita y limpiecita del supermercado.
-¡Qué forma de maltrato!. Esto ya se parece el registro civil. – Digo fuertemente.

Todos todos me miran mal, salvo los ciegos, es natural.
A la gente no gusta que, uno tenga su propia fe.

En dos horas, llego a la ventanilla donde un guardia sonriente me da una canastita color naranja, en donde me indica que debo poner todo. ¿Todo, hasta mis ilusiones? –pregunto. Sí, y sáquese la correa y esas gafas, -contesta el guardia-. Pero hombre de dios, se me van a caer los pantalones, y de paso tropezaré sin las gafas, seré la mofa, o tal vez afición –bromeo con el chapita extranjero-, a quien no le parece gracioso y solo señala por dónde debo ingresar.
Me muevo torpemente por entre las paredes del oscuro túnel, en cuyo final una luz me enceguece y del más allá sale una doña para revisarme hasta los cojones. Vaya a esa cola de allá –me dice la graciosa criatura-. A la tercera –le digo- ante lo cual me muestra mala cara. Entonces me marcho leyendo el libro como si fuera una oración Tibetana:

Dopada del más puro Germanio
hierática Tantalita
escudriñas para mí
el universo cuántico
tuya es la gloria
mi sin par Tantalita.

Otra hora más de espera a la intemperie, e ingreso a un galpón donde me toman las huellas digitales, fotografían mi iris, copian mi ADN. Ya está, soy un criminal fichado en la policía del mundo –me digo furioso.
-¿Que dijo?- pregunta extrañada ante los murmullos de los presentes, la extranjera de la ventanilla.
Como no le respondo, me dice que vaya a la cola de la izquierda y espere mi turno. La cuarta –increpo con el ceño fruncido y con la sensación de que me están brotando los cachos y la cola del señor Luzbel-. Ella sonríe, no entiende una jota.

Ya en la cuarta cola, luego de una hora más de espera, me quejo diciendo en voz alta,- que joda, esto es peor que el registro civil, que humillante trato al ciudadano equinoccial. Me manda a callar una fémina que está cerca, me informa –por su bien dijo- que me comporte, pues estos primermundistas nos están grabando con cámaras de vídeo por todo lado, y de seguro lo han pillado diciendo que es humillante el trato, y (…), que con esa cara llena de barba mal crecida tengo aspecto de criminal. Mientras le guiño un ojo le respondo:

-Pero si me han fichado hace poco como tal, como a un sospechoso o contumaz violador de las normas y leyes del mundo “moderno”.

-Eso hacen con todos, es normal- responde la mujer haciéndome ojitos para que me calle.

-Sí, claro, normal es dejarse vapulear de esta forma. Pero yo soy un “anormal”.

La gente pasa a la ventanilla como si fuera a confesarse con el mismísimo papa. Hablan de sus múltiples propiedades, de sus bien pagados trabajos, de que allá tienen familia, de que desean ir porque es el sueño de su vida. Lloran y ríen diciendo que se van invitados por el mismísimo Gran Hermano, intentan hablar en otro idioma. Imploran la bendición final que les permita la visa, juran por un dios desconocido y cruel que no se quedarán en el País de las Últimas Cosas, a lavar platos, que aquí son gerentes propietarios de empresas.

Estoy al borde del vómito.

Llego a la ventanilla, y el sujeto extranjero sonríe como un tarado, bueno, pero al menos es respetuoso, saludador y tiene modales. Pregunta:

-¿Por qué quieres ir al país de las últimas cosas?

No me da tiempo a contestar y continúa como metralleta:

-Estuviste en Himalayas, con tibetanos. En Nepal, China. ¡Oh! En el Sultanato de Omán…¿Tienes amigos esca..escaladors?

-Sí, bueno, me encontré con unos viejos conocidos, Kantoborgy y Lovochancho.

-Qué nombres tan raros me dice usted. ¿Le gustó el Everest, que le pareció?

-No, es el cagadero más alto del mundo. Y en cuanto a los nombres raros, que otros podrían llevar si son seres feéricos. Qué otro nombre podría tener un dragón como Kantoborgy. Hasta saben volar –respondo ya sin ganas de ensañarme con el pobre hombre.

Quise portarme muy mal, desquitarme por todo el maltrato recibido en el proceso humillante; pero claro, éste hombre lo único que hace es su trabajo, actuando de policía para cumplir las absurdas leyes paranoicas aplicadas a los inmigrantes al País de las Últimas Cosas.

El tipo sigue sonriente, no me ha entendido nada o no le importa, sigue alucinado con los Himalayas. No me ha escuchado, porque enseguida dijo:

-Bueno señor, su visa ha sido aprobada, buen viaje.

-¡Maldición! He perdido-. Dije entre dientes, tratando inútilmente de que me salga un ¡Adiós!

Salgo refunfuñando, a fuera hay gente sollozando, abrazándose en medio del llanto de unos y la risa de los otros. Unos porque su sueño de ir al “paraíso” les fue negado, y otros, como que les hubiesen concedido el pasaje y visado para ir a ver al mismísimo dios…ese que seguramente ríe y llora, y que algún día nos comerá a todos, porque somos producto de sus pesadillas. A la final cada país cuida de sus ciudadanos como le conviene, a ver si en el nuestro hacen algo parecido.

Mi mente me cuenta lo que dice el una parte del libro de La Rebelión del silicio escrito por ese montañero-montañés apellidado Vivar:

Un dios solicita al gran perro Danka:
-Danka, dime una mentira.
La humanidad, tú creación -responde Danka.
El dios acaricia a su fiel compañero, y comenta:
-Por eones mi pesadilla.

Otra mala noche se me viene encima. No responderé a las llamadas inquietantes y curiosas de Pansaleo y Hátun. Leeré el desenlace del libro de cuentos de La Rebelión del silicio:

Bípedo depredador,
humano de piel adherida a los huesos,
has acabado con Gea
con el agua
su sangre.
Nuestra vida.
Vieja y tecnolátrica humanidad,
hasta los confines del universo iremos los dragones,
para combatir tu nefasta existencia.

Escribiré a su autor contándole los songos y fallas que encuentro al paso. Espero soñar en la noche en una buena treta que impida el malformado viaje al País de las últimas Cosas…donde si voy me aterrará ver humanos convertidos en un hombre-cosa; como los hay aquí en la capital de este pedazo de planeta, mi país equinoccial.</div>

 

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