Que el frío viento de las altas montañas, os sustente bajo las alas
por donde el sol navega y la luna camina.

J. R. Tolkien
Kantoborgy, el eónico dragón que perdió la capacidad de encarnarse en cuerpo humano porque finalmente se reconoció a sí mismo como criatura feérica, e inició la encarnizada batalla en contra de los bípedos depredadores, mojigatos detractores de la bella Gea, viene dormitando por mucho tiempo, mientras su maltrecho y escamoso cuerpo se perfila en lo profundo del universo, esquivando elegantemente a numerosos y errantes micro-cometas, aerolitos, y huracanados vientos solares.
Su acorazado cuerpo interpreta las variaciones electromagnéticas que señalan la vía correcta, las entradas y las salidas por entre varios agujeros, negros y blancos, al tiempo que su mente revive las escenas de duras batallas, que sobre el níveo manto de Titán, y sobre el agrietado rostro de Ganímedes tuvo que afrontar, en su deseo de exterminar cualquier rastro de vida de los homínidos depredadores. Éstos luego de dejar yerta la faz del planeta tierra, huyeron hacia otros mundos en busca de perpetuarse, y de continuar transformando para su ocioso placer enfermizo de la productividad, toda alfombra orgánica en desiertos dantescos.
El dragón, repasa maniáticamente dentro de su primordial red neuronal, vívidas imágenes, y cruentos sonidos de su deambular entre Anake y Pasifae, escudriñando la materia, penetrando con sus triádicas pupilas la virginal materia de las lunas de los lejanos planetas del sistema solar.


En Pasifae encontró el inconfundible rastro cuántico, que dejó la bella Tantalita. El decodificar la típica encriptación cuántica, antes usada por quienes mutaron de bípedos de carbono a estructuras amorfas de silicio-grafeno, le concedió un placer inenarrable, que ahora mismo podría despertarlo, por el ansia que le provoca el entonar gruñidos de guerra —una pena que de hacerlo no lo escuchemos, porque el sonido no puede viajar en el “vacío” universo— y sopletear con el fuego primigenio de sus fauces, al collar de branas que sus triádicas pupilas arrancan a la intimidad de la materia y energía, branas que marcan la grácil figura de pseudo-esfera de este embudo de salida que es el agujero de gusano por el cual está cayendo de una manera controlada.
¡Tantalita!, estalla en la mente del durmiente Kantoborgy, cual si fuera el nombre de una bella hada, Kantoborgy se inquieta, sus escamas que cubren y acorazan a todo su cuerpo, vibran emitiendo un placentero degradé ciánico, prueba irrefutable de su intento por bloquear inveterados recuerdos de aquella princesa élfica que su atormentado cerebro imaginó, allá {…} en las enmarañadas montañas del Candente Toboso.

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