A lo lejos, con la mirada puesta en el negro cielo, camina Salvador. La garúa y los arrebatos del gran Eolo, que festeja su furia en este mes de agosto, seguramente lo ayudan en sus meditaciones sobre Gea y su virus más evolucionado: el bípedo depredador.  Pasa cerca de él una hermosa Galadrina, tardíamente él intenta cambiar de “vereda”, la bella criatura se le acerca, él es presa del pánico, se queda tan tieso como una roca, el viento hace cabriolas sobre su cuerpo y ruge, -Eolo también se burla de su timidez-, incapaz de moverse o articular palabra alguna. La doncella le pregunta sobre el tiempo, y Salvador enrojece, -se achola como dirían los de su pueblo-. Ella espera la respuesta con extraña paciencia, mientras Salvador musita que no lleva reloj y…, sus labios tiemblan, mientras su rostro inicia a lo grande el proceso de enrojecimiento, ella sonríe causando en él un extático espasmo… Al retornar del fugaz viaje se enfurece, cree haber sido una estatua durante eones siendo contemplada por ella, la garúa sobre su rostro se evapora, no quiso explicarse con la doncella, y emprendió veloz carrera hacia “abajo”.

Salvador siente sobre sus espaldas el fuego de aquellos ojos de ámbar, la mirada de esa criatura lo penetra como un láser, pero sigue corriendo mientras maldice su conducta de animal salvaje. El viento y el páramo no dejan de azotar su rostro y su cuerpo, ha corrido tanto que es un pulmón jadeante, escapando de lo desconocido. Se detiene, teme regresar a ver (…), el aroma de… es ahora parte de su universo, y aquel láser de ámbar parece que ha cambiado la forma física de su estructura cerébrica, se siente invadido, alterado a nivel cuántico.  Ha llegado a su cuadra, está a salvo, ahora intenta escapar de las disquisiciones de rigor sobre lo sucedido, enciende la chimenea, Mashifú atento a la debacle de su amo, inicia el rito del ronroneo hasta acomodarse sobre las piernas de Salvador, mientras éste acaricia su peludo lomo, rasca su barbilla. Pero es inútil su intento de olvidar y se entrega a la tortura de razonar intentando explicar su comportamiento, y explicar la existencia de ella. El crepitar del fuego, -qué hermoso es el cuarto estado de la materia, el plasma-, lo cautiva, cree ver ahí dentro la forma divina de ella, se recrimina por no vencer el recuerdo de su rostro, de su aroma, de de la luz de su sonrisa, de sus ojos que causan éxtasis profundo. Salvador empieza a contarle a Mashifú los detalles de su atolondrado encuentro, el gato lo mira, le lanza un zarpazo lleno de cariño animal, él comprende que está siendo presa de los efectos bioquímicos que producen en su cerebro placer, trata de convencerse que las endorfinas y su efecto eufórico son las culpables de todo este proceso de análisis y recuerdos. Continua hablando para Mashifú, ahora le cuenta su teoría de la reproducción, le dice que la mente evolucionada y compleja del bípedo depredador del momento, no acepta que únicamente por ley natural para perpetuar la especie hay que dar paso a la reproducción, sino que la mente mediante reacciones químicas produce el amor, justificando así las relaciones entre los sapiens-bípedos. Las horas inexorables transcurren, la noche sorda invade el espacio y el tiempo, Mashifú duerme a panza rugiente, y Salvador antes de rendirse a Morfeo, concluye que ella no existe, que el encuentro no fue real, pero el pacer de recordar es infinito, es tan hermoso como el fractal más elaborado, pues no solo es una estructura fría y matemática, sino que tiene aroma y sabe a miel de los Elfos.
El escándalo del las gallinas de guinea bajando con sus crías desde la copa del enorme y viejo nogal, que ocupa el centro del hermoso jardín de su cuadra, sorprende a Salvador apoltronado en el sofá, el fuego en la estufa se ha extinguido, Mashifú plácidamente ha dormido, y él extraños sueños cree haber soñado. Este día se comerá el cerecate intentando recordar exactamente lo que ha soñado, de lo único que está seguro es que en sueños, ella, a quien ha decidido llamarle La Innombrable, fue actor principal.
Todo el día su mente ha trabajado recordando sueños, y sobretodo el fugaz encuentro de ayer, es tal el placer que le causa el impregnado aroma de La Innombrable, que su cerebro ahora proyecta hologramas terriblemente exactos de su esbelta e inigualable figura, repite en voz alta a punto de gritar que el recuerdo de su mirada terminará con la poca cordura social que le queda, pero se deleita en los ojos de ámbar, y en el goce profundo que estos provocan en los cada vez más prolongados estados de ataraxia.

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